Si te miraras como yo te miro,
si te hablaras como yo te hablo,
si te escucharas como yo te escucho,
si vieras en ti lo que yo veo.
Si dejaras de oír esa vocecilla
que te dice que no puedes,
que no sabes,
que no lo mereces.
Si perdonaras tus defectos
y acallaras tus temores
abrazando tus talentos,
liberando tus pasiones.
Si dejaras que tus virtudes
vencieran tu inseguridad
si la incertidumbre no fuera
un obstáculo para avanzar.
Si tomaras impulso,
abrieras los ojos
y no te impidieras saltar…
¿Qué pasaría si cambiaras el modo en el que te miras?
La mirada ajena nos complementa. Nos permite ver más allá de nuestra propia percepción, valorar talentos que nos pasan desapercibidos, apreciar las diferencias que nos hacen únicos y especiales.
Pero la mirada ajena también nos puede lastrar, cuando posa sus propios temores e inseguridades sobre nosotros.Lo ideal sería dejarnos ver por una mirada limpia y objetiva, que sea espejo en el que veamos reflejados nuestras capacidades y limitaciones, sin juicios de valor.
Y que una vez hecho esto, ponga el foco en aportarnos en vez de limitarnos, en enseñarnos nuestras alas y no en esconderlas, en ayudarnos a desplegarlas y no en cortarlas.
Cuando alguien centre su mirada sobre ti en forma de opinión, antes de dejar que te influya y como recomienda mi compañero Fabián, valora su intención y su sabiduría.
Para valorar su intención, fíjate en si lo que dice tiene la finalidad de hacerte daño o de hacerte crecer, si se alegra sinceramente cuando te va bien o si te recuerda tus fracasos.
Para valorar su sabiduría, observa los resultados que obtiene esa persona en el área en la que opina.
Recuerda que los demás no te ven como eres, te ven como son ellos.
Lo importante es como tú te ves a ti mismo. Lo que piensas tú de ti.
Y ahí es donde tienes tu gran reto.
Natalia Ruiz